Más allá de la punta de las flechas~
Envidia, rivalidad, palabras que rechinan. Escuchar su sonido nos trasmite un sufrimiento agudo, como si algo nos pinchara el flanco o el corazón. Y cuando rivalidad y envidia trabajan juntas, el cuerpo, adolorido, se contrae.
Por lo tanto es una verdadera flecha la que hiere, aunque la urbanidad modere el impacto, recurriendo a la palabra flechita. Y todo se lo reduce a un "ya saben como son las mujeres…".
Para entender mejor, es necesario arrojarse entre la multitud de flechas. En el fondo nos resultan extrañas, porque tienen puntas en los dos extremos. Cuando una mujer hiere a otra con una frase socarrona o una mirada hostil, se pincha a sí misma; y cada vez que expresa, desestima a otra, refuerza por reflejo todo lo acumulado a sus costillas.
¿La rivalidad femenina para qué sirve y cuándo empezó? Parece que fue una respuesta hipnótica a un orden antiguo, en el que es necesario comenzar a actuar.
Explorar los laberintos de las relaciones (y de los desapegos) femeninos para liberar la amistad de la larga espera. Muchas cosas podrían cambiar, volviendo a utilizar todo ese desperdicio de recursos destinado a impedir que en nosotras prospere la confianza. ¿De veras es imposible derrochar la energía en sentido contrario? Soñar con un apoyo recíproco y un respeto explícito ¿es demasiado? Cuando nos encontramos con una amiga compartiendo tranquilamente esto, parecería una aspiración realizable.
Es tan agradable hablar sin estarnos cuidando, ¡tan creativo, que nos regocija hasta la simple sensación de estar vivas!, ¡y qué alivio salvar de las garras de la envidia a la intuición y descubrir sus grandes cualidades!
Para curiosear alrededor de tres inocentes puntillos suspensivos, heme aquí en un remolino en el cual juegan dos corrientes contrarias y decisivas: determinar relaciones positivas, o bien, congelar las nacientes.
Cuando me aventuro en una exploración, con cierto temor, de eso que en apariencia es un aspecto marginal del mundo femenino, me quedo sorprendida por la cantidad de descubrimientos. Encuentro ríos de energía enarenados, desviados, borrados de los mapas.
Pero apenas se abre una rendija, la fuerza contenida arrolla el dique junto con las palabras, y también yo soy arrollada, pero trato de permanecer en el centro de la vorágine. La vida se abre paso, clamorosa, poniendo de relieve la estupidez milenaria que la impide, ya sea a través de las guerras de los hombres o de las envidias de las mujeres.
Asimiladas las instrucciones sobre la utilidad social de la propia aniquilación, las mujeres siguen colaborando en su propia destrucción.
En los lugares de trabajo donde son numerosas (pero deciden poco), el sabotaje al mismo género va viento en popa.
Nada asombroso sucede verdaderamente y, sin embargo, se tropieza continuamente con una sutil redecilla de insidias, tejidas por una rivalidad activa e impalpable. Naturalmente es un celo que no da nada, más bien la red de invisibles hilos envuelve a quien la confecciona.
Y esto no es todo. Gracias también a tan increíble habilidad y astucia, el poder consolida indirectamente sus probadas bases.
Gran parte del dispendio gira alrededor de la comparación del aspecto físico, que se revierte también en la profesión.
Entre más sofisticada es, en el caso de una actividad intelectual, más refinada se vuelve la contienda (también en este aspecto se podría divagar en abundancia). Se nos mide de manera obsesiva con la imagen, en un arco de tiempo muy breve, con las antenas preparadas para encontrar defectos; notando la mancha en un vestido, en lugar de admirar el toque de color que estalla contra la ventana animado por la persona que lo lleva puesto, o el cabello fuera de lugar en vez de la mirada alegre de la muchacha que tenemos enfrente. Trampas reversibles que nos traicionan cada vez que nos vemos en el espejo para buscar el detalle que nos hace remilgar.
Nos afanamos en el marco, por lo que no miramos el cuadro; no se distinguen los rasgos personales e incluso la interesada termina a menudo olvidándolos, o prefiere no recordarlos más.
No faltan las mujeres valerosas y sorprendentes; hubo tantas en el pasado que la historia ni siquiera las registra, y en la actualidad se vislumbran algunas muchachas jóvenes en las que podemos notar una nueva frescura. Sin embargo, todavía son muchas las que abandonan los sueños, vencidas por las dificultades y la falta de una confianza que no encuentra apoyo. Alguna admite, resignada, la renuncia, otra se disculpa diciendo, "¡tengo que cuidar tres personas en casa!" (y ni siquiera se incluye en el núcleo familiar).
Lo extraño es que si tomo la defensa por alguna mujer, en muchos casos la interesada me mira de reojo.
Preferiría que me pusiera a tono con sus lamentos y rechaza la invitación a hacerse cargo más de sí misma.
Es increíble lo que sucede a menudo: en lugar de estar contentas porque una mujer abre las ventanas para que entre aire puro, muchas se precipitan a apagar el incendio por su entusiasmo exagerado, perturbadas por un exceso de arrojo que podría despertar en ellas peligrosas señales de revuelta. Prefieren controlarse mutuamente como atletas tensas al momento de la partida para que ninguna escape, cuidando cada gesto de la adversaria que tiene al lado, con los músculos casi entumecidos a fuerza de esperar.
La confianza que se juega conduce a robar las propinas de energía para lucirse, aprovechando momentos de debilidad de las otras, y ganar algo de ventaja cuando sería mejor sacar agua de la propia corriente de vitalidad, jamás seca si se la cuida.
Robos y rapiñas de este tipo suceden continuamente, aunque las crónicas no los mencionan. Además los botines son exiguos y se evaporan de prisa, mientras las sonrisas de las robadas se vuelven cautas o peor aún fingidas, y anuncian probables desquites.
Es en esta incesante y recíproca sustracción de energía, yo creo, que las mujeres pierden la posibilidad de apoyarse activamente atribuyéndose un valor, de intercambiar miradas agradables de consideración en las cuales reflejarse y que se conviertan en su tesoro. El mutuo envilecimiento rebota incluso en el intercambio de frases que, sin darnos, cuenta vociferamos continuamente: "¡Pero, mira qué estúpida! ¡Cómo son pendejas! Cómo es posible que no me acuerde jamás…".
Incluso cuando no hay malas intenciones, no es fácil expresarle a una mujer una sincera aprobación. El desorden simbólico nos ha quitado la palabra. Un cumplido es un lujo, tanto hacerlo como recibirlo, incluso nos hace dudar a veces de ese "¡te ves bien!".
Las palabras se nos escapan, se vuelven insidiosas por el mal uso, en vilo sobre el abismo cavado por la desconfianza.
Ya que una sana amistad femenina siempre se ha desalentado, empezando por separar a las madres de las hijas, esa amistad parece que pude contener una enorme posibilidad, escondida porque resulta demasiado impetuosa.
Pero los tiempos maduran. Es como si hubiera llegado el momento de preparar un vasto terreno abandonado, quitando con calma la maleza que brota. Es un latifundio inconexo, desprovisto de veredas y quemado por muchas partes, cuya fertilidad futura dependerá de nosotras.
Observando con paciencia el ir y venir de las flechas y registrando las desventajas, puede ser que pase algo especial, por ejemplo, que mientras la flecha corte el aire, se transforme en una flor o en una mariposa.
Participar de la alegría de una mujer en lugar de barrenarla con insinuaciones; conducirla hacia una orientación positiva, en vez de alimentar su desconsuelo pasajero, puede despuntar muchas flechas y hacer florecer un jardín, o a lo mejor más de uno.
Jardines en las ventanillas, jardines en las oficinas, jardines en las casas, jardines en los techos, jardines en el corazón. Si todo florece, desaparecerán los motivos para lanzar flechas.
Esto es evidente cuando se pasa junto a mujeres que están bien, visiblemente apasionadas más por las flores que por los tiros al blanco, guerreras gentiles que conversan con gusto y ríen con mucha impertinencia.
Su levedad se advierte de lejos y a veces es contagiosa. La gente pasmada voltea a verlas, las encuentra bellísimas y no sabe por qué; sin embargo, se detiene para permanecer un poco más en su luz, atraída por la fiesta de una alianza descubierta, justo allí donde se decretó la imposibilidad~
No hay comentarios:
Publicar un comentario